domingo, 19 de julio de 2009

Bichos

Y eso que en mi vida he pisado muchas cucarachas. Casi no puedo creer que ésta, a la que pisé ese día en mi baño, y que no pisé bien, porque pisé sin ganas, con algo de miedo, o asco talvez porque no me gusta el sonido que hacen las cucarachas cuando explotan en la planta de los pies; que esta cucaracha se me venga a presentar tantos días después con esa cara de venganza. Con esa cara, no sé.

Cuando salí del baño pude ver por el soslayo que huía moribunda hacia la parte trasera del caño, ahí se habrá quedado supongo mientras se recuperaba. O quién sabe, talvez tuvo que huir a otro lugar escapando de las hormigas, o tuvo que luchar agonizando contra arañas y logró salir arrastrando su baba blanca que chorreaba por el costado. O de repente estuvo maquinando todo este tiempo su venganza, me debe odiar profundamente, a mí, que no fui capaz de matarla por completo y evitarle el sufrimiento de arrastrar media vida por los rincones, porque ellas no conocen del suicidio, eso es locura de los hombres.

Creo que ya sabía que a esta hora me encontraría en mi cuarto fumando. Entró decidida, se detuvo y me miró con odio, creo que lloraba de rabia o cólera pero me odiaba, eso estaba claro. De inmediato la reconocí, era igual a todas pero su costra seca del costado me hizo recordar al instante a la cucaracha que no maté bien ese día. Además no podría ser otra, su mirada lo decía todo.

Me puse de pie frente a ella y apagué el cigarro en el piso. Me quedó viendo un momento calculándome y comenzó su embestida. Cojeaba, no avanzaba muy rápido pero estaba en su momento de gloria y todo lo que pudiera hacer sería su mejor esfuerzo. Parecía acercarse llorando. Me chocó el pié y retrocedió cojeando atrás de la silla. La seguí con la mirada y al rato salió de su escondite y me atacó nuevamente chocando mi zapatilla. Esta vez retrocedió un poco y volvió a arremeter contra mí varias veces. No sabía qué hacer, todo se había vuelto raro.

Seguía golpeando mi zapatilla y ya me estaba doliendo pero de verla así de cansada, cojeando con la costra del costado, sin fuerzas, odiándome, odiándome tanto. Me chocaba estrellando su cara contra el cuero de mi zapatilla, embarrándome de su fluido, de su dolor. El momento era repugnante, yo era repugnante. Me sentí tan angustiado que me tiré al piso derrotado. Ella me vio sorprendida, yo cerré los ojos tendido en suelo y al verme ahí inmóvil se sorprendió, supongo que no creía lo que pasaba.

De inmediato se acercó tambaleando de cansancio hacia mi rostro. La pude sentir cerca de mi nariz, su antena me rozó y casi vomito, pero aguanté. Por fin se dio cuenta de que había vencido y abrí mis ojos para ver cómo se iba por donde vino, cojeando pero campante, con la costra del costado pero valiente. Cuando se perdió de vista me eché en mi cama a prender otro cigarro pensando que no todos los días te derrota una cucaracha. Yo seguí fumando lento mientras el humo tomaba formas raras, esperando que no volviera nunca más. De repente me dio por llorar, y lloré.

No hay comentarios: