lunes, 29 de junio de 2009

Le decían el loco Achote

Se dice que fue siempre un desadaptado, un rebelde de aquellos que por los 70's eran los dueños de la calle, admirado por mujeres, líder de pandillas, incluso hasta ladrón elegante, mismo 'DJango'. Lo cierto es que algunos de los que en su momento lo conocieron aseguran que todo lo que se dice de Enrique son puros mitos urbanos. Y no es para menos que se hayan creado cientos de historias sobre un personaje que simplemente no decía nada. "Habla como cavernícola", dijo una señora de mi cuadra, un día que pasó caminando con su botella de cañazo.

Enrique nació en una casona de la Calle Cora en Barranco. Desde niño fue un prodigio con las matemáticas y se dice que era capaz de multiplicar números de 5 cifras en el mismo instante que se lo preguntaban, cuando sólo tenía 6 años. No tenía amigos en el barrio. La Calle Cora era una cuadra de pobres y pudientes, al lado de la casona de Enrique había un callejón, desde donde la envidia de los niños le llegaba a en forma de miradas cada vez que se asomaba.

Enrique asistió al Colegio Particular San Julián de Barranco, a unas cuadras de la Calle Cora. Ahí pasó toda su etapa escolar. Durante la primaria sobresalió en matemáticas y ganó concursos interescolares e interdistritales, donde dejó bien alto el nombre del distrito. El chico se encaminaba hacia un futuro de éxito como profesional. Sus padres estaban orgullosos, pero Enrique no parecía alegrarse de nada, había insatisfacción en su mirada, según lo que explicó un ex alumno del San Julián.

Durante la secundaria, el joven Enrique continuó impresionando a sus profesores con sus grandes habilidades en las matemáticas y por su callada forma de comportarse. Su profesor, Mario Avendaño, comentó que en una ocasión le explicó a sus padres que así eran las mentes de los genios, siempre estaban pensando y a eso se debía la extraña actitud de Enrique. "No sabía que iba a terminar así", agregó.


Fue en cuarto de secundaria, cuando Enrique conoció a mi tío Marcos, que era posiblemente todo lo contrario a Enrique, un joven desarreglado, bohemio, despreocupado por la vida y con una facilidad de palabra que mis abuelos siempre le destacaron como su mayor virtud. Cuando Marcos llegó al San Julián vio a Enrique sentado adelante y, mientras se miraban al pasar, Marcos cuenta que Enrique se asustó al verlo. Nunca le preguntó en qué pensó cuando lo vio por primera vez ese día, al menos eso dice mi tío.

Marcos tenía llegada con quien fuera y poco a poco se volvió el más conocido del San Julián. Cuenta uno de los vecinos del callejón que la primera vez que vieron a Enrique llegar con un amigo se sorprendieron. Marcos fue una de las primeras personas que se le acercó a Enrique, para todos los demás era un aburrido que no valía la pena, para Marcos un adinerado con el que se podía divertir, y aunque en el fondo no lo quiera aceptar lo concideró su amigo.

Poco a poco fue influyendo con sus actitudes sobre Enrique, y este fue mostrando un desapego cada vez más notorio en sus estudios. Enrique, junto a Marcos, aprendió a fumar, a beber, y —aunque esto apareció después de un año— también a drogarse. Enrique no había salido de su casa nunca, pero desde que conoció a Marcos empezó a salir, incluso desobedeciendo a sus padres. El cambio de Enrique, desde que conoció a Marcos fue total, inexplicable y rápido, cuenta uno de sus profesores en esa época.

Para el quinto de secundaria, Enrique era un Marcos más, dejó las matemáticas, dejo prácticamente el colegio porque las tardes las pasaba en el Malecón de Barranco junto a sus amigos y las chicas de Colegio Tacna bebiendo y fumando. Para ese entonces Enrique había probado coca, y le gustaba. Por ser el único con el dinero suficiente para mantener parrandas interminables de coca y ron, se volvió indispensable para el grupo, que duró hasta fin de año. Nunca robó como se decía. La rebeldía no le duró más que unos meses, porque después del año de quinto de secundaria Marcos fue reclutado en el ejército. Enrique se quedó sólo y se dio cuenta de que sin Marcos, nada sería igual. Abandonó al grupo y se encerró en su casa.

La vecina del callejón aseguró que lo veía salir a la tienda para comprar licor muy a menudo. Enrique empezó a tomar y a drogarse solo. Poco a poco fue volviéndose un ser andrajoso que sólo pensaba en beber, se dejó de cambiar la ropa, y pasaba sólo en su cuarto bebiendo, se oían gritos de sus padres, pero Enrique estaba sumergido en un mundo abstracto. Varias veces intentaron internarlo, pero se las arreglaba para escaparse y se perdía semánas en "Los Intocables", una zona de Barranco llena de pastrulos y prostitutas al que la policía no entraba jamás.
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Pasaron 3 años y Marcos salió de su encierro en el cuartel. Lo primero que hizo fue buscar a Enrique, pero cuando lo encontró estaba descuidado, olía mal, y al hablar torcía la boca de una manera brutal, su nariz estaba magullada y la mirada perdida. Esa noche bebieron juntos, pero lo que Enrique hablaba no se entendía por lo irracional mezclado con lo aguardientoza que se había vuelto su voz. "Se empezó a volver loco", dice mi tío.
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Durante los siguientes años Enrique paseaba por las calles de Barranco, parecía no querer salirse del límite del distrito. Cuentan que una vez lo vieron en el límite de Miraflores con Barranco, en el puente Armendáriz, estirándose para recoger una botella sin pasar el límite que separa los dos distritos, un sentimiento de inseguridad con lo que había más allá de Barranco lo obligaba a cerrar las fronteras de su loco mundo. Poco a poco su hablar se volvió inentendible. Sus padres le daban dinero cada vez que llegaba a casa, pero no lo recibían, dormía en la calle. Marcos se fue a vivir a Chorrillos con su actual esposa y lo perdió de vista.
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Hasta hace poco se comentaba en las calles que ya se había vuelto agresivo y que lanzaba piedras a quién pasara. Tal vez por eso alguien le disparó. Fue encontrado en una vereda la mañana del 05 de enero del 2004. la gente pensó que estaba dormido, pero como en la noche seguía igual se acercaron a verificar. Tenía entre sus pertenencias una botella a medias de cañazo, y un paco de pasta, nada más.
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El loco Achote, como fue conocido y reconocido por todos los barranquinos que lo veían pasar por su calle, es un loco típico de Barranco, sus pasos han tocado cada rincón de este distrito que yace al filo del abismo, por eso los organizadores del Carnaval de Barranco, gente del colegio Los Reyes Rojos, ese verano del 2004 hicieron polos con su imagen deambulante botella en mano, como todos lo recuerdan. Mi tío siempre evita hablar de él, pero ayer accedió a contarme todo si le invitaba un ron con unos tiros.